Mateo Alemán
(1547-h.1615)

Novelista español, el primer autor de novela picaresca cuya identidad está claramente establecida. De origen judío converso, nació en Sevilla. Estudió Medicina en la Universidad hispalense (donde alcanzó el título de bachiller en Artes y Filosofía, 1564), en Salamanca y en Alcalá de Henares. Al acabar los estudios inició una próspera carrera de mercader, recibiendo el nombramiento de cobrador de las rentas del almojarifazgo de Sevilla. Llevó una vida llena de dificultades que, según la crítica, le permitió forjar el estoicismo picaresco y la psicología sin entrañas de Guzmán de Alfarache. Estuvo preso en 1582 por las deudas contraídas en la misma cárcel donde Cervantes escribió El Quijote, aunque al año siguiente era juez de comisión en la administración real y en 1591 será nombrado visitador de Almadén. Su carrera literaria tuvo que iniciarse por estas fechas ya que en 1597 traduce las Odas de Horacio y escribe un prólogo a los Proverbios morales de Alonso de Barros. En 1599 publica la Primera parte de la vida del pícaro Guzmán de Alfarache. La Segunda parte de la vida de Guzmán de Alfarache, atalaya de la vida humana la publicó en Lisboa (1604), tras haber aparecido en 1602 una segunda parte apócrifa publicada por Mateo Luján de Sayavedra, al tiempo que aparecía en Madrid la Vida y milagros de San Antonio de Padua. En 1608 embarcó para México, donde publicó al año siguiente su Ortografía castellana. Continuará su labor literaria escribiendo el prólogo de la Vida del padre maestro Ignacio de Loyola de Luis Belmonte y los Sucesos de fray García Guerra, arzobispo de México (1613), a cuyo servicio y protección estaba Alemán. Desde 1614 apenas existen noticias sobre él, siendo las últimas referidas a su estancia en la región de Chalco en 1615. El Guzmán de Alfarache alcanzó un gran éxito en el momento de su publicación, algo que quizá expliquen la animación del relato, la vivacidad y colorido de las escenas, el estilo incisivo, o la capacidad de observación que delata el autor. El protagonista ofrece una visión de la sociedad fragmentaria y deliberadamente limitada. Una visión realista, pero de una realidad enfocada desde un solo punto de vista. Como todo héroe picaresco, Guzmán es un perpetuo vagabundo que ha aprendido desde su infancia que el resto de los humanos está siempre al acecho y sufre escarmientos a causa de su inocente buena fe que le sirven para justificar moralmente su desconfianza. Después del anónimo El Lazarillo de Tormes (1554), constituye esta obra la cumbre del género picaresco. Su presentación implacable de las ruindades de los personajes que la habitan ya no constituye, como en el Lazarillo, un motivo de risa debido a ridiculeces individuales o de clase, sino la manifestación de una honda maldad inseparable de la condición humana. Éste es uno de los rasgos a partir de los que se puede apreciar la gran diferencia existente entre el optimismo moderado del Renacimiento y el aspecto dramático y moralista influido por la Contrarreforma del Barroco.